Eran las 18:00 del viernes cuando varias familias quedábamos en un Área de Servicio en Amorebieta para iniciar todos juntos la marcha hacía la Gipúzkoa profunda. Todavía nos faltaba una familia por llegar, pero por temas laborales, irían más tarde.
Llegamos en el horario previsto (sobre las 19:00) a pesar de los problemas generados por la tecnología (maldito GPS) que nos hizo tomar una salida que no era en una rotonda.
Allí estaba Iñigo esperándonos, con una sonrisa que permaneció en su cara a lo largo de todo el fin de semana. Nos explicó dónde estaban los dormitorios, los horarios de la comidas, los del agua caliente para las duchas, las actividades que íbamos a realizar a lo largo del fin de semana, etc……. Y tras ubicarnos en cada habitación las familias, sólo nos quedaba hacer tiempo a que llegara la familia que faltaba y entretener un poco a los peques hasta la hora de la cena.
De las comidas se encargaba Agurtzane (qué manos!!!!!) Mientras poníamos la mesa, ya podíamos oler lo que nos estaba preparando para ese día: una sopita de fideos de verduras y unas hamburguesas caseras con una salsa a la pimienta muy suave que hizo las delicias de todos los que fuimos.
Tras la cena tocó la hora de la tertulia para los mayores y un poco de juegos para los peques, hasta que llegó la hora de ir a la cama, que al día siguiente nos esperaba Maritxu con sus animales en el Caserío Aitzalde. La tertulia de los mayores duró un poco más, tras meter a los peques en la cama, ya que subimos a charlar tranquilamente, sin el ruido que hacen al jugar.
Al día siguiente, nos levantamos todos prontito, el desayuno era a las 9:00 y allí ya estaba Iñigo otra vez con su sonrisa permanente. Pan casero, leche de caserío, mermelada casera, mantequilla hecha 2 ó 3 caseríos más arriba…….¿ Se puede empezar mejor el día?
Aunque el día amaneció con una niebla espesa y con Xirimiri, nos dirigimos hacia el Caserío Aitzalde donde nos esperaba Maritxu con su marido para enseñarnos como hace el pan en el horno de la entrada, dónde amasaba el pan hace años con los pies encima de la mesa que tenía en la entrada del Caserío y, lo que más esperaban nuestros niños, los animales.
Conocimos primero a Frantxiska, la burra en la que más tarde los peques podrían montar, pero primero había que conocer a la cerda enorme que tenían allí, nos acercó unos conejitos pequeños que todos los enanos querían coger con más o menos suerte al principio, pero al final se volvieron unos expertos. Llegó la hora de conocer las ovejas, a los aitas de los conejitos, etc…… y, por fin llegó el momento: Montar a Frantxiska.
Empezaron los niños y algunos mayores miraban con cierta envidia y Maritxu, que no perdía detalle, nos ofreció montar también a los mayores, cosa que hicieron unos cuantos, mientras otros nos dedicábamos a inmortalizar el momento. Antes de marchar, Maritxu nos regaló unos trozos del pan que había hecho esa mañana y que más tarde podríamos disfrutar en la comida
A la vuelta de la visita, nos esperaba un Hamaiketako con productos de la zona: Chorizo, patés, txistorra, queso de Idiazábal, sidra, Txakolí, jamón (aunque la curación era en Extremadura, el jamón era de un caserío cercano). Que os voy a decir de cómo estaba todo. No hacía falta más que ver las caras de los que estábamos allí.
Un poco de juego, y enseguida llegó la hora de la comida. Cada vez que nos sentábamos, Iñigo nos explicaba el origen de lo que íbamos a comer, siempre sonriendo. Tocaba lentejas y pollo. Creo que no hace falta decir nada más, no?? EXQUISITO TODO!!
La tarde teníamos libre y, tras un rato de sobremesa y alguna siesta para reposar la comida, bajamos a Azpeitia a dar una vuelta y que los niños jugasen un rato en un parque cubierto cerca del Ayuntamiento, así que pudimos dar una vuelta por la parte vieja y descubrir sus balcones llenos de flores, construcciones antiguas junto con otras más modernas y, cuando empezó a llover un poco más fuerte cogimos los coches y enfilamos de nuevo camino a Beizama. Otra vez la tecnología nos volvió a jugar una mala pasada y lo que iba a ser un recorrido de apenas 20 minutos, nos llevó a descubrir la Gipúzkoa más profunda tras más de media hora de carreteras estrechas, pueblos aparentemente habitados en los que no se veía un alma, aunque sería tema del tiempo.
Pero lo importante, que era llegar, lo hicimos, aunque algo más tarde de lo esperado.
Allí estaba de nuevo Agurtzane, preparando la cena, pero ya no estaba Iñigo. Estaba Leire, la compañera de Iñigo, con otra sonrisa que tampoco se le borró de la cara en el tiempo que estuvimos allí. Para cenar, teníamos crema de calabaza con pipas y sésamo y salchichas con tomate. Sobra decir que todo era de la zona y cómo estaba todo, no??
Se repitió la ceremonia del día anterior: tertulia y juegos hasta que llegó la hora de acostarse.
Al día siguiente amaneció con peor tiempo que el sábado, con lo que los planes que teníamos de ir a dar un paseo por el bosque, se vieron truncados y, sobre la marcha, se organizó un taller para que los pequeñajos y algún mayor, aprendiesen a hacer pan.
Llegó Ander, que es chico con el que íbamos a dar el paseo por el bosque, y entre Leire y él, nos dieron las indicaciones para que nos pringásemos las manos mezclando todos los ingredientes para hacer el pan, diésemos las formas que quisiéramos a la masa para conseguir unos panes que estarían ricos, ricos y que más tarde nos podríamos llevar a casa.
Tras dejar todo preparado, reposando y metiéndolo en el horno, se bajó al frontón que teníamos detrás del Albergue a hacer unos juegos en los que los niños disfrutaron un montón, y los mayores también. Tras un pequeño partidillo de fútbol, llegó la hora del Hamaiketako (otra vez a comer?? Preguntaron algunos)
Misma ceremonia, mismo Hamaiketako hasta la hora de la comida. Iñigo se pasó por allí para despedirse. ¿Sabéis lo que llevaba encima? Sí, habéis acertado: la sonrisa del primer día.
Mientras se preparaba todo, Ander enseñó a los peques unas piezas que llevaba en una bolsa cual tesoro que hay que cuidar: cuernos de animales, plumas de pájaros, etc….. Había que ver que atentos le miraban los niños!!
Llegó la hora de la comida. Patatas a la Riojana y cordero asado en el horno, lentito, como se hacen las cosas en los caseríos y que saben a Gloria. Los más peques tenían solomillo con patatas, que estaba también de lujo.
Tras la comida, no nos podíamos despedir de Agurtzane de otra manera: le dimos un aplauso y los más pequeños le dieron unos muxus que nos hicieron dudar de si los coloretes que le salieron eran del calor de la cocina o de vergüenza, jejeje. Pero teníamos que reconocer el trabajo que había hecho y cómo nos había cuidado.
Llegó otro momento esperado por los peques: ver cómo habían quedado los panes que habían hecho por la mañana. Imaginad la cara de ilusión al ver que, aquello que no era más que una masa pringosa a la mañana, se había convertido en un pan con forma de flor, de monstruo, de mariposa, de implante coclear, etc….. Y además se podía comer!! Estaban todos ricos, ricos, aunque había que guardarlos para enseñárselos a los aitites en casa, jejeje.
En la sobremesa que hicimos, llegó la hora de las despedidas. Leire se iba y nos dejaba allí hasta que quisiéramos irnos. Se fue con la misma sonrisa con la que nos recibió el sábado a la noche y estoy seguro que, de haber estado Iñigo, tendría la misma.
Nos cuidaron de lujo, pendientes de los críos en todo momento, preguntándonos cosas sobre los audífonos, los implantes, etc….. Incluso Iñigo aprendió algún signo que utilizó a lo largo del fin de semana.
Como ellos dijeron, en el Albergue son como esas Amamas que quieren que comas todo, que te cuidan en todo momento. Que podrás irte pensando que ha hecho mal tiempo, que ojalá hubiera hecho mejor, que en el Albergue hacía frío (que no lo hacía), pero que con hambre, de allí, no salía nadie.
Poco más tarde de las 17:00 iniciamos la marcha hacia nuestras casas, probablemente más cansados que cuando salimos el viernes, pero contentos, sonrientes y con ganas de repetir.
Hemos estado 17 personas en el Albergue, unos cuantos menos que el año pasado en el Fin de Semana que hicimos en Sarria. Pensábamos que seríamos más, aunque no ha sido así.
Al menos hemos disfrutado de este año, ya que quien sabe si el año que viene se podrá volver a hacer.
No puedo dejar de agradecer a Ulertuz por ofrecernos esta posibilidad de desconexión que nos ofrece estos 2 últimos años, el trabajo que supone buscar un sitio, organizar todo, etc. Y también agradecer a Beizamako Aterpetxea, a Iñigo, Leire, Agurtzane y Ander por cómo nos han tratado, nos han alimentado, han estado pendientes de nosotros en todo momento, etc
Un sitio para repetir.
Un Aitatxu.
jun06
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